viernes, 15 de enero de 2016

El abrazo fortaleze el sistema inmune y da seguridad.

Los abrazos sanan almas y reafirman nuestras emociones.






Te quiero contar una historia real que me gusta mucho....


El juez de los abrazos

No me molestéis, ¡abrazadme!
Pegatina en un parachoques 

Lee Shapiro es un juez retirado y también una de las personas más auténticamente amables y cariñosas que conocemos.
En un momento de su carrera, Lee se dio cuenta de que el amor es el poder más grande que hay.  Como resultado de ese descubrimiento se convirtió a la religión del abrazo: empezó a dar abrazos a todo el mundo.
Sus colegas comenzaron a llamarlo «el juez de los abrazos». En el parachoques de su automóvil se lee: «No me molestéis, ¡abrazadme!».

Hace más o menos seis años, Lee inventó lo que él llama su «Equipo de abrazar». Por fuera dice: «Un corazón por un abrazo» y contiene treinta corazoncitos rojos bordados con un adhesivo al dorso. Lee saca su «Equipo de abrazar», se acerca a la gente y le ofrece un corazoncito rojo a cambio de un abrazo.
Gracias a esta práctica ha llegado a ser tan conocido que con frecuencia lo invitan a conferencias y convenciones donde puede compartir su mensaje de amor incondicional. En una conferencia que se realizó en San Francisco, los medios de comunicación locales le plantearon el siguiente reto: «Es fácil dar abrazos en esta conferencia dirigida a personas que han venido aquí porque han querido, pero eso sería imposible en el mundo real».


Y lo desafiaron a que empezara a dar abrazos por las calles de San Francisco, seguido por un equipo de televisión de la emisora local.

Lee salió a la calle y abordó a una mujer que pasaba.
—Hola, soy Lee Shapiro, el juez de los abrazos, y doy un corazón de estos a cambio de un abrazo —explicó.
—Cómo no —fue la respuesta.
—Demasiado fácil —objetó el comentarista local.

Lee miró a su alrededor y vio a una muchacha encargada de un parquímetro que lo estaba pasando mal a causa del propietario de un automóvil a quien estaba multando. Lee se encaminó hacia ella, con el cámara a su lado y le dijo:
—Me parece que a ti te vendría bien un abrazo. Soy el juez de los abrazos y me ofrezco a darte uno.
Ella aceptó.

—Mire, ahí viene un autobús —lo desafió el comentarista de televisión—.
Los conductores de autobús de San Francisco son la gente más dura, descortés y mezquina que hay en la ciudad. Vamos a ver si consigue usted que lo abracen.
Lee aceptó el reto. Cuando el autobús llegó a la parada, dijo al conductor:
—Hola, soy Lee Shapiro, el juez de los abrazos. El suyo debe de ser uno de los trabajos más agotadores del mundo. Hoy ando ofreciendo abrazos a la gente para aliviarles un poco la carga. ¿Le apetece uno?
El gran hombre de un metro ochenta y cuatro y más de noventa kilos de peso se levantó del asiento, bajó y le dijo:
—¿Por qué no?
Lee lo abrazó, le dio un corazón y lo saludó con la mano mientras el autobús volvía a arrancar.

Los del equipo de televisión estaban mudos.

Finalmente, el presentador dijo:
—Tengo que admitir que estoy muy impresionado.


Un día, Nancy Johnston, una amiga de Lee, llamó a su puerta. Nancy es payaso de profesión e iba vestida con su disfraz de trabajo, maquillada y con nariz postiza.
—Lee, coge un montón de tus «Equipos de abrazar» y vamos al hogar de incapacitados.
Tan pronto como llegaron, comenzaron a repartir globos, sombreros de carnaval, corazones y abrazos entre los pacientes.

Lee se sentía incómodo:
Nunca había abrazado a nadie que tuviera una enfermedad terminal, que padeciera graves disfunciones físicas o mentales. Decididamente, aquello era excesivo para dos personas. Pero
pasado un rato las cosas se volvieron más fáciles, ya que se fue formando un cortejo de médicos, enfermeras y ayudantes que los seguían de un pabellón a otro.

Pasadas varias horas, llegaron al último pabellón donde se alojaban los treinta y cuatro casos más graves que Lee había visto en su vida. La sensación fue tan horrible que lo descorazonó; pero, dado su compromiso de compartir su amor para conseguir un cambio, Nancy y Lee empezaron a abrirse paso por la habitación, seguidos por el séquito de médicos y enfermeras, que por aquel entonces ya llevaban corazones colgados al cuello y lucían sombreros de carnaval.

Finalmente, Lee llegó a la última persona, Leonard, que llevaba un gran babero blanco sobre el cual babeaba incesantemente.
Lee miró a Leonard, que no dejaba de babear, y después se volvió a Nancy diciéndole:

—Vayámonos, Nancy, a una persona así es imposible llegar.
—Vamos, Lee —respondió ella—. Es un ser humano como nosotros, ¿o no?
Y le puso un sombrero de mil colores en la cabeza.
Lee sacó uno de sus corazoncitos rojos y lo pegó en el babero de Leonard. Después, tras hacer una inspiración profunda, se inclinó para abrazarlo.
Súbitamente, Leonard empezó a emitir un chillido.
Otros pacientes empezaron a golpear cacharros. Lee se volvió hacia el personal de la sala, en busca de alguna explicación , y se encontró con que todos los presentes, médicos, enfermeras y auxiliares, estaban llorando.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó a la jefa de enfermeras.
Lee jamás olvidará su respuesta:
—En veintitrés años, es la primera vez que hemos visto sonreír a Leonard.

Así de sencillo es cambiar en algo la vida de la gente.



Los abrazos, vínculos de amor y seguridad.

Los abrazos, así como el contacto físico, forman parte de nuestro bienestar psicológico y también de nuestro desarrollo. Si bien gran parte de los seres vivos necesitan de ese contacto con el cual relacionarse con los suyos, en el caso de los humanos la necesidad de acariciar, de abrazar y de sentir piel con piel, cumple también otras dimensiones que vale la pena conocer.


Nuestro cerebro social necesita abrazos y caricias.

Cuando llegamos al mundo nuestro cerebro, lejos de estar maduro, no ha hecho más que desarrollarse en un 25%. El resto de estructuras y de uniones neuronales van a estar determinadas sobre todo por esos 5 primeros años de vida en los cuales, el estilo de crianza va a ser determinante.
Hemos de pensar que durante esos primeros meses de vida no hay lenguaje, y la comunicación se establece a través de las emociones, de esas caricias, de esos besos, de esos abrazos y esa voz cálida que atiende y ofrece seguridad.

Si un niño no es atendido cuando llora, si no se le calma, se le mece y se le cuida con un amor sincero, todo ello genera estrés. Un cerebro acostumbrado a segregar cortisol, es un cerebro que no se desarrollará de modo óptimo.

El aislamiento social o la privación de caricias durante la vida temprana de un niño, hace que muchas células cerebrales no terminen madurando para formar la materia blanca del cerebro. A su vez, también se va a producir menos mielina, la cual es esencial para que las neuronas se comuniquen entre sí.
Todo ello derivaría en ciertos retrasos cognitivos, a la vez que en déficits sociales y emocionales.

 Y no descuides tampoco el abrazo de corazón, ahí donde la ternura fluye directamente desde este órgano y donde hay contacto visual. Es un abrazo largo y sublime, de amor puro e incondicional 


Quiero un abrazo tan fuerte que me rompa los miedos.

Los abrazos que no se piden, que nos asaltan y que nos envuelven, tienen un gran poder curativo. Los seres humanos somos criaturas sociales enhebradas por las emociones, y necesitamos de ese contacto diario con el cual, reafirmar nuestras relaciones y a la vez, sentirnos queridos. Amados.
En nuestro espacio te hablamos muy a menudo de la necesidad de aprender a estar solos, de evitar ese tipo de apegos poco saludables que en ocasiones, nos atan a cosas y personas hasta el punto de vetar nuestro crecimiento personal. No obstante, todo tiene su equilibrio y su razón de ser.
Todos necesitamos estar unidos a algo o alguien de alguna forma por mucho que nos resistamos. Todos tenemos alas con las que volar, pero también raíces en las que sujetarnos para amar, para enriquecernos con esas relaciones que también nos definen: los amigos, la familia, la pareja, los hijos…
Los abrazos sanan almas y reafirman nuestras emociones. Son instantes de silencio donde dejar bombear los corazones de forma acompasada. Y ahí, no existen miedos, ni el ruido, ni siquiera las dudas…

Hay abrazos que nos recomponen.

Hay abrazos que tienen la capacidad de ensamblar todas nuestras partes rotas, aquellas que un día se rompieron cuando los acontecimientos nos resquebrajaron y anularon nuestra alma. Y es que no volvemos a ser los mismos cuando nos toca decir adiós, ya sea a otra persona o a una parte de nosotros mismos.
Tras las despedidas y las rupturas nos toca reencontrarnos, perfilar de nuevo nuestras prioridades, revivir una parte que queda muerta y enhebrar de nuevo las agujas que nos conduzcan por el camino del “hilo rojo de nuestro destino”.

Por eso cuando nuestro castillo se ha derrumbado y nuestra vida se desmorona, los abrazos componen melodías que nos muestran que todo está bien.
Los abrazos son momentos que nos invitan a ser parte de un sueño cumplido.

Los abrazos se conforman como instantes en los que la felicidad nos encuentra en forma de persona, de calor reconfortante. Porque un abrazo en ocasiones es mucho más importante que las palabras, pues tiene la capacidad de rejuvenecer nuestros sueños y nuestra motivación por la vida.
Los abrazos fortalecen nuestros vínculos, que hacen que nuestro corazón bombee sangre, que nos llenan de pureza, de amor y de confort.
Y más cuando estamos sometidos a mucho estrés o las dificultades de la vida están apocando nuestras ganas y las fuerzas que necesitamos para comernos el mundo y llenar nuestros días de esbozos de felicidad.


Las dosis de cariño, la causa de nuestra adicción.

El bienestar que sentimos cuando somos “víctimas” de un abrazo hace que siempre queramos más y que los esperemos ver llegar en aquellos momentos en los que más los necesitamos. O sea, drogarnos, meternos un chute mágico de vida y de cariño que nos haga dibujar más allá de la incertidumbre y del sufrimiento una ventana a través de la que podamos tomar aire fresco y revitalizar el cuerpo y la mente.
Y es que hay gente y gente, pero luego están nuestras PERSONAS. Así, en mayúsculas. Esas que siempre serán sinónimo de hogar, que abren sus botiquines en cuanto anticipan la herida, que sacan gasas y tiritas por doquier y que no escatiman en calmantes.
Por eso admiramos tanto nuestra capacidad de dar abrazos, porque es una manera increíble de conectarnos, de aunar fuerzas para ganar cualquier batalla y de ayudarnos a sobrellevar lo que viene.
Porque los abrazos cuando son sinceros marcan algo más que sentimientos temporales. Ellos recomponen y sanan heridas de por vida, desdibujan el frío y condensan el calor del amor que hay entre dos personas que se quieren.


Hay abrazos que erizan la piel y recargan el corazón.

La piel es de quien la eriza a través de los abrazos, de quien recarga el corazón con sus latidos, de quien envuelve las heridas con caricias, asume la vida con inabarcable bondad y decora con sonrisas los obstáculos.
Y es que hay abrazos que casi de manera literal te rescatan de un naufragio, recomponen tus partes rotas, rompen todos los miedos, dulcifican las debilidades y crean una obra de arte con los pedazos de tu corazón.

Porque que te rodeen de amor te llena de sueños cumplidos a la vez que te descubre numerosos anhelos, te hace ver la vida de otro color, te apoya ante la adversidad, te ayuda a escucharte, a percibirte y a transformarte.



Abrazar árboles resulta terapéutico.

- Nos renueva
- Da energía
- Fuerza

abrazar árboles es terapéutico
Juan Plantas abrazando un roble

En resumen, los beneficios de un abrazo:

-Disminución del estrés y la ansiedad.
-Sensación de seguridad y protección.
-Ayuda a nuestra autoestima.
-Transmisión de energía y fortaleza.
-Mejora de las relaciones interpersonales.
-Promueve la sensación de tranquilidad.

Hay un traje que se amolda a todos los cuerpos… un abrazo


La duración media de un abrazo entre dos personas es de 3 segundos. Pero los investigadores han descubierto algo fantástico. Cuando un abrazo dura 20 segundos, se produce un efecto terapéutico sobre el cuerpo y la mente. La razón es que un abrazo sincero produce una hormona llamada "oxitocina", también conocida como la hormona del amor. Esta sustancia tiene muchos beneficios en nuestra salud física y mental, nos ayuda, entre otras cosas, para relajarse, para sentirse seguro y calmar nuestros temores y la ansiedad.

Este maravilloso tranquilizante se ofrece de forma gratuita cada vez que tenemos a una persona en nuestros brazos, que acunamos a un niño, que acariciamos un perro o un gato, que estamos bailando con nuestra pareja, cuanto más nos acercamos a alguien o simplemente sostenemos los hombros de una amiga.


Pidamos abrazos por el bien de todos.

Lo bueno de los beneficios psicológicos de un abrazo es que se reparten y comparten. No puede haber egoísmo detrás de un abrazo sincero, no puede haber desigualdad ni descompensación en la balanza.


Fuente Jack Canfield & Mark Victor Hansen Sopa de pollo para el alma, Raquel Aldana - Gema Sánchez - Valeria Sabater (Psicólogas).

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