En el libro de Anthony William Medico Medium (Cuarta parte CLAVES PARA ALCANZAR LA CURACIÓN) aparecen unos consejos muy fáciles de seguir con un poco de disciplina conseguirás que desaparezcan tus problemas digestivos: el estreñimiento, síndrome del intestino poroso, la mala digestión, los reflujos gástricos, las infecciones intestinales, el síndrome del colon irritable, los espasmos gástricos, la gastritis y el dolor de estómago entre otros.
La salud del tracto gastrointestinal
Nadie sabe realmente qué es lo que sucede con los alimentos cuando entran en el estómago. El aparato digestivo es algo milagroso y extraordinario que abarca mucho más que lo que los seres humanos somos capaces de percibir y que sigue constituyendo un gran misterio incluso para las personas que poseen conocimientos médicos de algunas de sus funciones. Todo el mundo sabe que mordemos la comida, la masticamos, la tragamos, que entra en el tracto gastrointestinal, que de un modo u otro se descompone y que la excretamos. Sabemos que así es como el cuerpo obtiene los nutrientes que necesita. Y también sabemos que a veces el proceso no funciona todo lo bien que debería y que nos empieza a doler el estómago, sufrimos molestias intestinales o, incluso, nos sucede algo peor. El simple hecho de que la ciencia médica haya descubierto las enzimas digestivas no significa que comprenda bien el proceso de la digestión. No significa que conozca la diferencia entre Jack el Destripador y Santa Claus en lo que respecta a las cosas que comemos y a cómo las procesa nuestro organismo. La digestión es la parte menos fundamentada del estudio de la fisiología humana. Aunque pretendemos que es algo claro y sencillo y que la ciencia ha desentrañado todos sus misterios, lo cierto es que sigue siendo la parte más enigmática del funcionamiento de nuestro organismo. En otros tipos de enfermedades, lo más probable es que, dentro de unas décadas, los investigadores hayan hecho grandes descubrimientos relacionados con la información contenida en este libro, pero la salud digestiva es una historia completamente distinta. Es posible que las comunidades médicas de este planeta no lleguen jamás a averiguar sus mecanismos secretos..., y por eso este capítulo es crucial.
El tracto gastrointestinal es uno de los cimientos fundamentales de la salud. Por eso, su cuidado es el punto perfecto para empezar la curación del organismo de dentro afuera. El tracto gastrointestinal incluye el estómago, el intestino delgado, el intestino grueso (en el que se encuentra el colon), el hígado y la vesícula biliar. Gracias a estos órganos, los seres humanos podemos absorber los nutrientes de los alimentos que ingerimos, expulsar correctamente los desechos y las toxinas y asegurar la fortaleza del sistema inmunitario. Pero su importancia capital no se reduce solo a estas funciones cotidianas, sino que posee también una fuerza vital propia.
Los alimentos no se digieren solo mediante el proceso físico de la descomposición (un proceso que los estudios científicos no han descifrado aún del todo); la digestión implica también una serie de factores espirituales y metafísicos esenciales. Por eso los seres iluminados del planeta emplean una serie de técnicas específicas para comer, tales como masticar de forma lenta y exhaustiva, comer con plena consciencia de lo que están haciendo, rezar antes, durante o después de las comidas, y hacer que la comida y el que la come sean una misma cosa. Imagina un río que fluyera por el interior del colon. En lo más profundo del cauce (el revestimiento del colon), miles de cepas de bacterias y microorganismos distintos mantienen un equilibrio homeostático para que el agua no se vuelva tóxica (es decir, para que el tracto gastrointestinal no se vuelva séptico y venenoso). Así como un río tiene espíritu, el tracto gastrointestinal alberga gran parte del espíritu humano. Este espíritu es tu propia esencia del yo, tu voluntad y tu intuición. ¿Alguna vez has oído las expresiones «instinto visceral», «reacción visceral» o «sentimiento visceral»? En ocasiones decimos de una persona que «no tiene entrañas» o que es «entrañable». Existen muchas frases hechas en las que se hace referencia a las vísceras y las entrañas, y esto se debe a que, en algún nivel no consciente, comprendemos el papel fundamental que desempeñan en nuestra vida, muy por encima de la parte meramente física.
Somos conscientes de que constituyen una parte del fundamento esencial de aquello que somos emocional e intuitivamente. El tracto gastrointestinal es el lugar donde reside nuestra fuerza. Tiene poros emocionales y por eso las emociones son capaces de controlar la cantidad de bacterias buenas y malas que consiguen prosperar en él. Una mala salud gastrointestinal puede entorpecer enormemente la intuición. Las personas son como las manzanas. Una manzana puede estar brillante y preciosa por fuera pero tener el corazón podrido. Eso es lo que sucede cuando en el tracto gastrointestinal de una persona se están incubando millones de bacterias dañinas. Es posible que esta persona tenga un carácter inmoral, pero jamás lo adivinarías por su apariencia. También puede haber una manzana que muestre imperfecciones por fuera pero que tenga el corazón más íntegro y saludable que pueda existir. Esa persona tan amable, más buena que el pan, puede no tener un rostro alegre y sereno; es posible que no vista a la moda ni resulte muy divertida superficialmente, pero tendrá un aparato digestivo repleto de bacterias beneficiosas. Los seres humanos tenemos entre 75 y 125 billones de bacterias en el tracto digestivo. Esta circunstancia abre la puerta a todo tipo de infecciones producidas por bacterias tóxicas e improductivas, microbios, mohos, levaduras, hongos, micotoxinas y virus. Si no se tratan correctamente, estos patógenos pueden alterar y bloquear nuestros instintos naturales y crear un campo de cultivo perfecto para una variedad ilimitada de enfermedades..., a menos que nuestro tracto digestivo disponga de bacterias beneficiosas suficientes para equilibrar esos microorganismos y contrarrestar sus efectos.
Este capítulo abarca los trastornos más frecuentes de nuestro tracto gastrointestinal, entre los que se incluyen el síndrome del intestino poroso, la mala digestión, los reflujos gástricos, las infecciones intestinales, el síndrome del colon irritable, los espasmos gástricos, la gastritis y el dolor de estómago o de las zonas circundantes. Aporta acerca de estas dolencias una información esencial que supera con mucho todo lo que las comunidades médicas conocen hasta la fecha. Desmiente también numerosos «remedios» ineficaces para la salud gastrointestinal — unos remedios que se han puesto de moda y que han marcado tendencia— e indica una serie de medidas sencillas que puedes tomar para curar de verdad tu aparato digestivo y recuperar la salud.
Comprender el síndrome del intestino poroso
El síndrome del intestino poroso, también conocido como permeabilidad intestinal, es una de las dolencias más enigmáticas a las que se enfrenta la medicina actual. Los nombres mismos resultan desconcertantes; son unos términos que cada comunidad médica utiliza para describir un trastorno y una teoría diferente. En líneas generales, el síndrome del intestino poroso se puede contemplar bajo tres prismas diferentes. Veamos el primero de ellos: el enfoque de la comunidad médica convencional. La mayoría de los médicos y cirujanos convencionales utilizan la expresión «intestino poroso» para referirse a una enfermedad intestinal que provoca una perforación en el revestimiento del tracto intestinal o del estómago y, con ello, infecciones graves en la sangre, fiebre muy elevada y sepsis. En eso tienen razón. El verdadero intestino poroso es una dolencia muy grave que provoca dolores terribles. El intestino poroso puede deberse a la existencia de úlceras en las capas más profundas de la pared del estómago. También puede ser el resultado de una infección bacteriana por E. coli —que provoca la aparición de una especie de bolsas en el revestimiento del tracto intestinal— o por bacterias multirresistentes como C. difficile, que da lugar a un megacolon. Otras posibles causas son las hemorragias, los abscesos y la diverticulosis. El nombre de «intestino poroso» se aplica cuando una de estas causas ocasiona, en el revestimiento del tracto gastrointestinal, una perforación que permite la salida de organismos patógenos hacia el torrente sanguíneo. También puede producirse un síndrome del intestino poroso cuando se perfora el colon durante una colonoscopia (he tenido clientes que han acudido a mí después de haber pasado largas temporadas hospitalizados por esta razón). Sea cual sea la causa, el verdadero intestino poroso da lugar a unos síntomas muy graves. El segundo enfoque es el alternativo, integrativo y naturópata.
Estas comunidades médicas utilizan el término «intestino poroso» para describir una dolencia en la cual unos hongos —como la cándida— o unas bacterias improductivas horadan agujeros diminutos en el revestimiento del intestino y permiten que unas cantidades mínimas de toxinas se filtren directamente a la sangre y den lugar a multitud de síntomas. Esta teoría requiere ciertos ajustes. Si bien es cierto que un entorno intestinal tóxico en el que estén presentes bacterias y hongos improductivos puede dañar enormemente la salud, referirse a esta situación como intestino poroso resulta engañoso. Si estos patógenos estuvieran realmente abriéndose paso a través del revestimiento gastrointestinal, por muy pequeño que fuera su número, provocarían síntomas graves como fiebre elevada, infección en la sangre, un tremendo dolor o sepsis. La expresión «intestino poroso» solo debería emplearse para describir la perforación de las paredes del tracto gastrointestinal. Entonces, ¿por qué los terapeutas alternativos están diciendo a decenas de miles de personas que acuden a ellos con síntomas de fatiga, dolores, estreñimiento, malestar digestivo y reflujo gástrico que tienen el intestino poroso o permeabilidad intestinal? El motivo es que estas personas sufren ciertamente una dolencia real, pero, ante ella, este latiguillo es la mejor teoría que estos terapeutas pueden ofrecer. En el mundo de la medicina convencional, millones de pacientes reciben diagnósticos como síndrome del intestino irritable, celiaquía, enfermedad de Crohn, gastroparesis o gastritis para etiquetar este tipo de síntomas..., aunque su dolencia siga siendo un misterio. En otros casos, experimentan los mismos síntomas gastrointestinales pero no reciben ningún diagnóstico. Pero sí existe una explicación para estos problemas misteriosos del tracto gastrointestinal, y no es la del auténtico intestino poroso. Yo la denomino permeabilidad al amoniaco, y es el tercer enfoque del problema. Permeabilidad al amoniaco Por favor, no confundas la permeabilidad al amoniaco con otra expresión que últimamente se ha puesto muy de moda: permeabilidad intestinal. La permeabilidad intestinal no es más que un nombre nuevo, utilizado para dar impresión de progreso, de la vieja teoría del intestino poroso. La permeabilidad al amoniaco es algo real. Para entender lo que significa, primero debes conocer una serie de datos acerca del modo en que tu cuerpo procesa los alimentos. Cuando comes, los alimentos bajan rápidamente al estómago para ser digeridos (si estás masticando lo suficientemente despacio como para que la saliva se mezcle bien con los alimentos, la digestión empieza en la boca). Cuando se trata de alimentos muy proteicos, como la carne, los frutos secos, las semillas y las legumbres, la digestión en el estómago se realiza en gran medida gracias a la acción conjunta del ácido clorhídrico y las enzimas, que
descomponen las proteínas en sustancias más simples que más tarde pueden ser digeridas y asimiladas por los intestinos. Es un proceso relativamente sencillo, siempre y cuando el estómago tenga unos niveles normales de ácido clorhídrico. Sin embargo, si el nivel de ácido clorhídrico disminuye, los alimentos no se digieren suficientemente bien en el estómago. Esta circunstancia es muy común cuando comemos sometidos a estrés o presión. Cuando las proteínas alcanzan el intestino, no están suficientemente descompuestas para que las células puedan acceder a los nutrientes, por lo que los alimentos se quedan en el intestino y se pudren. Es lo que se denomina podredumbre intestinal, una putrefacción que genera gas amoniacal y que puede dar lugar a hinchazón, molestias digestivas y deshidratación crónica, o, en algunos casos, no provocar ningún síntoma. Esto es solo el comienzo. En algunas personas, el ácido clorhídrico bueno disminuye y los ácidos perjudiciales ocupan su lugar. Una persona puede vivir con este problema durante muchos años y no ser consciente de ello. Sin embargo, llega un momento en que los ácidos perjudiciales ascienden por el esófago (si sufres reflujo gástrico, estos ácidos son los que lo están provocando, no el ácido clorhídrico del estómago. Es una equivocación muy común; el mundo médico considera que todos los ácidos estomacales e intestinales son iguales). Otro problema relacionado con el anterior es la generación de mucosidad en el tracto gastrointestinal para protegerlo contra estos ácidos perjudiciales. Si observas que te asciende una gran cantidad de moco hacia la garganta sin razón aparente, probablemente será señal de que el tracto gastrointestinal está haciendo un gran esfuerzo para evitar que los ácidos perjudiciales se «coman» el revestimiento del estómago y del esófago. Esta mucosidad puede bajar también por el tracto intestinal e impedir la absorción correcta de los nutrientes. Pero volvamos al gas amoniacal.
Este es el dato clave: cuando los alimentos se descomponen en el tracto gastrointestinal, producen amoniaco, un gas tóxico capaz de salir flotando de tus intestinos, como si fuese un fantasma, y penetrar directamente en el torrente sanguíneo. Es lo que se denomina permeabilidad al amoniaco. El gas amoniacal es el causante de la mayoría de los trastornos asociados con el síndrome del intestino poroso. No tiene nada que ver con infecciones ni perforaciones del intestino delgado ni del colon. Y tampoco es que la cándida esté expulsando toxinas a través de las paredes intestinales. Existen millones de personas que padecen problemas digestivos achacables directamente a la permeabilidad al amoniaco. Como ya he dicho, lo que muchos médicos alternativos diagnostican como síndrome del intestino poroso no tiene nada que ver con agujeros ni otras imperfecciones del intestino; no tiene nada que ver con la filtración de ácidos ni bacterias. Es más bien el gas amoniacal de los intestinos el que está pasando al torrente sanguíneo..., que, a su vez, lo distribuye por todo el cuerpo. Además de los síntomas gastrointestinales que he mencionado anteriormente, la permeabilidad al amoniaco puede producir malestar, fatiga, problemas de la piel, sueño inquieto, ansiedad y muchos otros síntomas. En este punto, es muy posible que te plantees la siguiente pregunta: si todo esto sucede porque el nivel de ácido clorhídrico en el estómago es demasiado bajo, ¿qué es lo que ha originado esta carencia? La respuesta es muy simple: la causa principal de la deficiencia de ácido clorhídrico es la adrenalina. Lo que todavía no se sabe es que existe más de un tipo de adrenalina. Las glándulas suprarrenales producen cincuenta y seis mezclas diferentes en respuesta a distintas emociones y situaciones. Las que están asociadas con sentimientos negativos como el miedo, la ansiedad, la ira, el odio, la culpa, la vergüenza, la depresión y el estrés pueden dañar gravemente distintas zonas del cuerpo..., incluida la producción de ácido clorhídrico. Por tanto, la amargura o el estrés crónicos pueden bastar para descomponer poco a poco el ácido clorhídrico y tu capacidad para digerir correctamente los alimentos. Los distintos niveles de estrés y las emociones que experimentamos en nuestra vida cotidiana pueden entorpecer a las bacterias beneficiosas y dar lugar al crecimiento de bacterias perjudiciales.
Y otro elemento que con frecuencia provoca grandes daños en el ácido clorhídrico del estómago son los fármacos. Los antibióticos, los inmunosupresores, los antimicóticos, las anfetaminas y muchos otros medicamentos a los que nuestros organismos no se han adaptado pueden trastornar el equilibrio químico del estómago. El ácido clorhídrico puede resultar fácilmente dañado si comes una cantidad excesiva de cualquier tipo de proteínas, ya sean carnes, frutos secos, semillas o legumbres (si tu fuente de proteínas son las verduras de hoja, los brotes germinados o cualquier otra verdura, el efecto no es el mismo). Consumir grandes cantidades de alimentos que mezclen grasas y azúcares (como el queso, la leche entera, las tartas, las galletas y los helados) puede producir el mismo efecto dañino. Estas dos categorías de alimentos exigen un trabajo digestivo mucho mayor que las frutas y las verduras, y suponen un gran esfuerzo para el tracto gastrointestinal. Con el tiempo, este esfuerzo puede acabar «agotando» el ácido clorhídrico del estómago y debilitando las enzimas digestivas. Si haces unas comidas muy proteicas (por ejemplo, pollo, pescado o carne) y experimentas síntomas de falta de ácido clorhídrico —como hinchazón, molestias estomacales, estreñimiento, letargo o fatiga—, disminuye tu consumo de proteínas animales y limítalo a una ración al día. Pero no todo son malas noticias. La parte buena es que es posible recuperar el ácido clorhídrico y fortalecer las enzimas gracias a una hierba milagrosa que se vende en todas partes.
Recuperación del ácido clorhídrico
La forma de corregir la permeabilidad al amoniaco (que, como ya hemos visto, muchas veces se confunde con el síndrome del intestino poroso o permeabilidad intestinal) y el primer paso para tratar prácticamente cualquier otro problema de salud gastrointestinal es recuperar la producción estomacal de ácido clorhídrico y fortalecer el aparato digestivo. Existe una forma sorprendentemente sencilla y eficaz de hacerlo: todos los días, y con el estómago vacío, debes tomar un vaso de 470 mililitros de zumo de apio fresco. Quizá no sea la respuesta que estabas esperando. Podría parecer que es imposible que el zumo de apio resulte tan beneficioso. Pero tómatelo muy en serio. Es una de las maneras más eficaces, si no la más eficaz, de restaurar la salud digestiva. Es así de poderoso. Y ten en cuenta que, aunque hoy en día existen muchas mezclas de zumos fantásticos para la salud, tienes que tomar el zumo de apio solo si lo que pretendes es recuperar la función digestiva. No permitas que la sencillez del remedio te confunda. Imagina que te ponen un examen de diez páginas sobre un aspecto concreto de la vida diaria en un periodo histórico específico. Si haces un repaso general de la época pero solo escribes dos líneas sobre ese aspecto concreto de la vida cotidiana, a la profesora no le van a impresionar los datos extra que has incluido. Más bien se preguntará por qué no profundizaste en el tema que te había puesto. Así es como se siente tu estómago cuando está intentando reconstituir el ácido clorhídrico. Una mezcla de zumo con veinte ingredientes diferentes, de los cuales solo uno es apio, será una distracción. En ocasiones, lo más sencillo es lo mejor. El estómago necesita zumo de apio, y solo zumo de apio, para poder emprender una reparación a fondo. Es un método secreto capaz de cambiar la vida de una persona que sufre trastornos gastrointestinales.
Así es como debes hacerlo: Por la mañana, mientras tienes todavía el estómago vacío (o, si lo vas a hacer más tarde, deja pasar al menos dos horas desde la última comida para que el estómago vuelva a estar relativamente limpio otra vez), lava un manojo de apio fresco. Cualquier otra cosa que haya en tu estómago entorpecerá los efectos del apio. Licúa el apio, sólo apio sin nada más. No añadas nada más, pues cualquier otro ingrediente entorpecería la acción del apio. Bebe el zumo
inmediatamente, antes de que se oxide, porque eso reduciría su poder. Este tratamiento funciona porque el apio tiene una composición única de sodio en la que estas sales minerales están ligadas a muchos oligoelementos y nutrientes bioactivos. Si tomas el apio nada más levantarte, fortalecerá la digestión de los alimentos que tomes durante el resto del día. Las sales minerales, los minerales y los nutrientes del apio tienen la capacidad única de ir poco a poco restaurando el ácido clorhídrico del estómago. También debes saber que es muy común no padecer un único trastorno gastrointestinal, sino varios relacionados entre sí. En el resto de este capítulo encontrarás soluciones para tratar los demás problemas gastrointestinales.
Cómo eliminar metales pesados tóxicos del tracto gastrointestinal
En la era actual, es prácticamente imposible no ingerir una cierta cantidad de metales pesados tóxicos, como mercurio, aluminio, cobre, cadmio, níquel y plomo. Con frecuencia, estos metales pesados se acumulan en el hígado, la vesícula biliar y los intestinos. Y como pesan más que el agua en el interior del aparato digestivo y en la sangre, se hunden y se asientan en el tracto intestinal, exactamente lo mismo que sucede con el oro en el fondo de los ríos. Los metales pesados tóxicos son venenosos y, si empiezan a oxidarse, los residuos químicos que desprenden provocan mutaciones y daños en las células que se encuentran en las inmediaciones. En cualquier caso, el mayor problema de los metales pesados es que constituyen el alimento principal de las bacterias dañinas, los virus, los parásitos y las lombrices intestinales. Con toda probabilidad van a atraer y servir de campo de cultivo a estreptococos A y B, E. coli y sus muchas cepas diferentes, C. difficile, H. pylori y virus. Cuando estos patógenos consumen los metales pesados tóxicos, liberan un gas neurotóxico que se une al gas amoniacal y se filtra a través del revestimiento intestinal. En otras palabras, la permeabilidad al amoniaco hace una amiga, la contaminación por metales pesados, y permite que el gas tóxico atraviese el revestimiento intestinal. De todas formas, no confundas las micotoxinas (toxinas producidas por hongos) con la permeabilidad. Hoy por hoy los terapeutas desconocen que, cuando los patógenos consumen metales pesados, generan neurotoxinas, y estas neurotoxinas son muy diferentes de las micotoxinas. Las micotoxinas no tienen capacidad para provocar todos los síntomas diversos de las neurotoxinas; más bien tienden a permanecer en el tracto intestinal y son eliminadas a través de las heces. No olvides esto, porque, en los próximos años, vas a oír hablar cada vez más de las micotoxinas. Ellas no son las culpables de las enfermedades autoinmunes. No quiero que te veas arrastrado por una tendencia equivocada; mi objetivo es que mejores tu salud y que no te dejes distraer por las cortinas de humo que levantan las frases de moda que circulan por ahí. Cuando los patógenos que he mencionado anteriormente se establecen, empiezan a inflamar el tracto gastrointestinal, es decir, empiezan a saturar el revestimiento de los intestinos y del colon. Liberan venenos en el intestino, ya sea directamente a través de las neurotoxinas que producen o indirectamente a través de sus desechos y cadáveres tóxicos. Así es como la mayor parte de la gente desarrolla enfermedades y dolencias tales como el síndrome del intestino irritable, la enfermedad de Crohn (una inflamación del tracto gastrointestinal) y la colitis (inflamación del colon, una infección crónica producida conjuntamente por el virus del herpes simple que se describe en el capítulo 11 y los estreptococos). Vistos bajo el microscopio, los subproductos de materia vírica muerta y las envolturas virales de desecho parecen parásitos. Esto invalida muchos análisis de muestras de heces y provoca numerosos diagnósticos erróneos, lo que da lugar a que muchos diagnósticos de parásitos estén equivocados. Hoy en día existe una enorme confusión en lo referente a la salud gastrointestinal. Si bien los metales pesados pueden provocar problemas si no se combaten, resulta relativamente fácil eliminarlos. Por tanto, si padeces cualquier tipo de enfermedad gastrointestinal, o incluso una dolencia digestiva crónica, lo mejor que puedes hacer es asegurarte y asumir que los metales pesados son, al menos, una parte del problema, y dar los pasos necesarios para eliminarlos. Estos son algunos de los métodos más eficaces para eliminar los metales pesados tóxicos del tracto intestinal:
- Cilantro: toma media taza al día de la planta sin procesar mezclada en ensaladas o batidos.
- Perejil: toma un cuarto de taza al día de la planta sin procesar mezclada en ensaladas o batidos.
- Zeolita: utiliza esta arcilla mineralizada en líquido.
- Espirulina: si es en polvo (la mejor para eliminar los metales del intestino), mezcla una cucharadita con agua o en un batido y tómala una vez al día.
- Ajo: toma dos dientes frescos al día.
- Salvia: toma dos cucharadas soperas al día.
- L-glutamina: si es en polvo (la mejor para eliminar los metales del intestino), mezcla una cucharadita con agua o en un batido y tómala una vez al día.
- Hoja de llantén: prepara una infusión y toma una taza al día.
- Flores de trébol rojo: haz una infusión con dos cucharadas soperas de flores y toma dos tazas al día.
La protección natural del tracto gastrointestinal
Las investigaciones médicas no han descubierto aún que nacemos con unos pelillos diminutos que recubren todo el tracto intestinal. Estas vellosidades son microscópicas, solo un poco mayores que las bacterias. Su función es proteger el intestino de las invasiones de virus, bacterias perjudiciales, hongos y parásitos. Además, constituyen un refugio seguro para miles de millones de bacterias beneficiosas. Hasta el siglo XIX, estos pelillos solían durar toda la vida de la persona. Sin embargo, a partir de la Revolución Industrial, nuestros organismos se han visto asaltados por toxinas medioambientales, fármacos y demás sustancias químicas que abrasan el intestino, y también por los metales pesados que hemos visto en el epígrafe anterior y el estrés de la vida moderna y la consiguiente inundación de adrenalina quemante. Por todo ello, a partir de los veinte años este revestimiento piloso del intestino puede haber desaparecido en gran medida, lo que favorece muchos de los problemas gastrointestinales con los que se enfrentan las personas hoy en día. El motivo por el que la ciencia médica no ha descubierto aún estas vellosidades es que la mayoría de las operaciones quirúrgicas no suelen hacerse a personas de menos de treinta años. A esas alturas, hace mucho tiempo que han desaparecido. Y por lo que respecta a las biopsias intestinales de los bebés, este revestimiento microscópico resulta indetectable.
Si aún te queda algo de esta cubierta protectora, puedes favorecer su conservación y reforzarla tomando alimentos que sean especialmente saludables para el intestino, como lechuga de calidad (romana, de hoja roja y Batavia), hierbas ancestrales, como el orégano, el tomillo y la menta, y fruta, sobre todo plátanos, manzanas, higos y dátiles. Asegúrate también de evitar aquellos alimentos que pueden dañar tu salud. En el capítulo 19, «Lo que no debemos comer», encontrarás una lista detallada.
Restaurar la flora intestinal y aumentar la producción de B12
Las bacterias beneficiosas del intestino producen la mayor parte de la vitamina B12 del organismo. Sin embargo, esto no tiene lugar en cualquier parte del intestino. El íleon, la sección final del intestino delgado, es el centro principal de absorción y producción de B12 Aquí es también donde se produce la metilación. Siempre que el organismo la necesita, absorbe vitamina B12 a través de las paredes del íleon mediante unos microvasos capaces de absorber solo B12 y nada más. Y la B12 producida por el íleon es la que mejor reconoce el cerebro. Las enzimas impiden que estos vasos sanguíneos del íleon absorban toxinas o cualquier otro nutriente y, de ese modo, evitan que entren en el torrente sanguíneo. La ciencia no ha descubierto aún esta información. Prácticamente todos los habitantes del mundo occidental presentan deficiencia de B12 o algún trastorno de la metilación. Estos problemas se revelan de distintas formas. En primer lugar, cuando la metilación no se realiza debidamente, puede impedir la verdadera bioabsorción de micronutrientes y oligoelementos fundamentales. En segundo lugar, un problema de metilación puede interrumpir el proceso de conversión de las vitaminas y otros nutrientes grandes y no activos en versiones menores y bioactivas que el organismo es capaz de absorber. En tercer lugar, un nivel elevado del aminoácido homocisteína —consecuencia de tener el hígado tóxico o una carga elevada de patógenos en el organismo que genera una gran cantidad de subproductos tóxicos— puede interferir con la metilación e impedir la transformación y absorción correcta de los nutrientes. Cuando el íleon tiene una gran abundancia de bacterias beneficiosas de un tipo concreto, puede producir toda la vitamina B12 que necesita el organismo. Una cantidad suficiente de bacterias beneficiosas permite también una metilación fuerte, pero casi todo el mundo tiene deficiencia de estas bacterias, es decir, de los microprobióticos que habitan de forma natural en algunos alimentos, penetran en el intestino cuando los consumimos y llenan el íleon. Pero estos microorganismos bioactivos no pueden comprarse en forma de suplementos probióticos ni obtenerse a partir de alimentos y bebidas fermentadas. Cuando sufres deficiencia de ácido clorhídrico, intoxicación por metales pesados o permeabilidad al amoniaco, grandes cantidades de bacterias beneficiosas de todo el intestino pueden morir. Esto inflama el íleon y provoca numerosas consecuencias negativas, entre ellas un grave debilitamiento del sistema inmunitario. También hace que la producción de vitamina B12 en el intestino caiga en picado o cese totalmente. Para conocer la cantidad de vitamina B12 que produce tu intestino, no puedes confiar en los análisis de sangre, porque los laboratorios médicos aún no son capaces de detectar el nivel de vitamina presente en el intestino, en los distintos órganos y, sobre todo, en el sistema nervioso central. Si bien un suplemento de B12 puede reabastecer el torrente sanguíneo, con lo que los análisis de sangre mostrarán un nivel suficiente de esta vitamina, eso no significa que la B12 esté llegando al sistema nervioso central, que la necesita de forma inexcusable. Por tanto, sea cual fuere el resultado de los análisis de sangre, toma siempre un suplemento de vitamina B12 de calidad (búscalo en forma de metilcobalamina —idealmente, mezclada con adenosilcobalamina— y no como cianocobalamina. Con la metilcobalamina y la adenosilcobalamina, el hígado no tiene que trabajar para transformar la B12 en una forma asimilable por el organismo). La falta de B12 es una deficiencia muy real que provoca unas consecuencias muy reales para la salud. Y, como ya he mencionado antes, prácticamente todos los habitantes del mundo occidental presentan alguna deficiencia de esta vitamina. Además, debes tomar medidas para recuperar los niveles normales de bacterias intestinales beneficiosas. Los probióticos cultivados que encuentras en los herbolarios y los alimentos fermentados que afirman contener bacterias beneficiosas no son la respuesta en este caso. La mayoría de estos microorganismos, si no todos, morirán en el estómago antes de alcanzar el intestino delgado. Y los probióticos fabricados jamás consiguen alcanzar la última parte del intestino delgado, el íleon, que es la región que más los necesita. Pero sí existen unos probióticos que permanecen vivos en el tracto gastrointestinal y que son los responsables de repoblar la flora intestinal, incluida la del íleon. Apenas se conocen y son algo que damos por sentado. Sin embargo, son tremendamente poderosos y pueden cambiar tu salud y tu vida de formas inimaginables. Cuando las personas gozan de buena salud gastrointestinal, suele ser porque, de forma accidental y ocasional, han estado consumiendo estos probióticos naturales, dadores de vida, y estos microorganismos beneficiosos. ¿Y dónde se pueden encontrar? En alimentos frescos y vivos. Los probióticos especiales que habitan en las frutas y las verduras son lo que yo denomino microorganismos elevados o, en ocasiones, bióticos elevados, porque almacenan energía de Dios y del sol. Los microorganismos elevados no deben confundirse con los organismos que nacen en la tierra ni con los probióticos que se obtienen a partir de ella. Los microorganismos elevados son la mejor opción que existe para renovar el tracto gastrointestinal. Son los mismos microorganismos que alberga el íleon y que crean la B12 que el cuerpo, y en especial el cerebro, reconoce mejor.
Una de las fuentes principales de microorganismos elevados son los brotes germinados. Las semillas de alfalfa, brécol, trébol, alholva, lentejas, mostaza, girasol, col rizada y otras, al germinar, se convierten en microhuertos. En esta forma de vida diminuta y naciente bullen multitud de bacterias beneficiosas que favorecerán la prosperidad del tracto gastrointestinal. Estas bacterias beneficiosas son distintas de los organismos del suelo y de los «prebióticos». Los microorganismos elevados se encuentran siempre encima del suelo, en las hojas y la piel de frutas y verduras. Si tienes acceso a una granja ecológica, a un mercado agrícola o a un huerto propio, puedes tomar algunas de las verduras y frutas que produzca y, de este modo, incluir microorganismos elevados en tu dieta. La clave es tomar los productos frescos, crudos y sin lavar (aunque un suave aclarado sin jabón no resulta perjudicial). En la superficie de estos alimentos existen millones de probióticos y microorganismos revitalizantes. De todas formas, es fundamental que apliques tu buen juicio para saber cuándo es seguro tomar frutas y verduras sin lavar. Hazlo solo cuando conozcas su fuente y estés seguro de que no contienen toxinas ni contaminantes que puedan enfermarte. Cuando coges un trozo de col directamente del huerto, ves que tiene como una especie de película entre los repliegues. No es tierra ni suciedad, ni se trata de microorganismos de la tierra. Es una película formada por microorganismos elevados, un probiótico natural que todavía no se ha lavado (no debes confundirlo con una hoja de col rebozada en estiércol; en este caso, es mejor aclararla con suavidad). Al comer la hoja de col, estas bolsas de bacterias buenas se envuelven y quedan atrapadas, con lo que a menudo pasan de largo por el estómago. Cuando son liberados en los intestinos, estos millones de microorganismos producen unos efectos fantásticos en la digestión y en el sistema inmunitario, porque son capaces de abrirse camino hasta el íleon y rehabilitar la producción y el acopio de B12 en el intestino. Un trozo de col cruda y sin lavar, cogida directamente de un huerto ecológico —o un puñado de brotes germinados directamente sobre la encimera de la cocina, o una manzana fresca y libre de pesticidas cogida del árbol— es muy superior a cualquier probiótico de laboratorio elaborado con organismos de la tierra y a cualquier alimento fermentado. Si alguna vez has tomado algo recubierto con microorganismos elevados, aunque solo haya sido una vez en lo que llevas de vida, te habrá aportado algo de protección sin que tú lo supieras. Y cuanto más frescos, libres de sustancias químicas, libres de ceras y sin lavar sean los productos que comes, más beneficios obtendrás de ellos. Es interesante señalar que últimamente se han hecho muy populares los prebióticos. En realidad, este término designa a determinadas frutas y verduras que alimentan a las bacterias productivas del intestino. Pero lo cierto es que todas las frutas y verduras que tomes crudas van a alimentar a estas bacterias buenas. Otra cosa que puedes hacer es tomar probióticos industriales de calidad o probióticos procedentes de la tierra. De todas formas, es mejor que tomes también bacterias beneficiosas procedentes de alimentos vivos, porque los anteriores no se pueden comparar con estos últimos. Ingerir los microorganismos elevados de una hoja fresca de verdura o de la piel de la fruta es como conducir una máquina de 9 000 caballos, mientras que tomar los probióticos que puedes adquirir en las tiendas es como montar un burrito en miniatura. Rejuvenecer la flora intestinal con verduras crudas, ecológicas y sin lavar es la única forma de recuperar de verdad la salud gastrointestinal. Es también la forma de curar lo que se conoce como mutaciones genéticas en el MTHFR y otros problemas de la metilación. Ten en cuenta que la etiqueta de «mutación del gen MTHFR» asignada por las comunidades médicas a este problema es inexacta. Las personas que padecen esta dolencia no tienen realmente un defecto genético; lo que sucede más bien es que sus organismos presentan una sobrecarga tóxica que está impidiendo la transformación de los nutrientes en micronutrientes. Estos microorganismos tan poderosos pueden disminuir los niveles de homocisteína y llegar a revertir un diagnóstico de mutación del gen MTHFR. Una vez hayas restablecido el ácido clorhídrico del estómago, hayas eliminado los metales pesados del tracto gastrointestinal y hayas suprimido los alimentos irritantes de la dieta (con lo que habrás recuperado las bacterias productivas y, con ello, la capacidad gastrointestinal de elaborar vitamina B12), lo más probable es que cualquier problema de salud gastrointestinal que padezcas se cure. La explicación de las modas, las tendencias y los mitos acerca del tracto gastrointestinal Existen algunas tendencias acerca de la salud gastrointestinal, tanto dentro de la medicina convencional como fuera de ella, que son realmente ineficaces... y, en ocasiones, muy perjudiciales. Cuando nos encontramos mal, es muy habitual que nos desesperemos, que estemos dispuestos a intentar lo que sea, y eso hace que seamos presa fácil para todo aquel que quiere persuadirnos de que debemos probar la gran variedad de tratamientos de moda que existen. Pero ten cuidado.
A continuación te describo las modas más populares y el motivo por el que no deberías seguirlas. Suplementos de ácido clorhídrico Existen unos suplementos que supuestamente aportan en forma de pastillas el ácido clorhídrico que le falta al estómago. Si bien la intención es buena, presentan dos problemas. En primer lugar, no están ayudando al estómago a generar ácido clorhídrico por sí mismo. En segundo lugar, y más importante, los fabricantes de esos suplementos no se dan cuenta de que el ácido clorhídrico estomacal no está formado por una única sustancia química. Aunque la ciencia aún no lo ha descubierto, el estómago alberga una mezcla compleja de siete ácidos diferentes (aproximadamente dentro de una década, esta verdad empezará a salir a la luz en otras fuentes aparte de este libro). Los suplementos ofrecen solo uno de los siete ácidos que componen el ácido clorhídrico digestivo del estómago, por lo que constituyen una solución muy incompleta. Y algo aún peor: pueden entorpecer la regeneración estomacal de los fluidos digestivos, porque generan un desequilibrio químico que favorece de manera abrumadora a uno solo de los siete ácidos de la mezcla. Hasta que este dato sea adecuadamente investigado y comprendido, los suplementos de ácido clorhídrico no son una buena opción. Es poco probable que estos suplementos produzcan daños graves. Sin embargo, resulta mucho más provechoso tomar un vaso de zumo de apio al día. El apio es lo único que puede reabastecer adecuadamente el ácido clorhídrico del estómago y conseguir que recuperes la salud gastrointestinal.
Bicarbonato sódico y candidiasis
Hay mucha gente que defiende el bicarbonato sódico como tratamiento. Creen que el culpable de los problemas gastrointestinales es la cándida, y lo hacen como consecuencia de una tendencia muy extendida: la de los diagnósticos de candidiasis. Imaginan que el bicarbonato de sodio, como es muy alcalino, va a detener el avance de la cándida, puesto que consideran que esta necesita un entorno ácido para prosperar. Prácticamente todos los eslabones de esta cadena de razonamiento están equivocados. La única excepción es que, efectivamente, a muchos bichos les gustan los entornos ácidos. Sin embargo, es muy poco frecuente que la causa de las dolencias gastrointestinales sea la cándida. Cuando el tracto gastrointestinal no funciona como debiera por culpa de los metales pesados, se pueden desarrollar infecciones de muy diversa procedencia, incluida la candidiasis. Pero esta levadura no es sino un efecto secundario; y dicho sea de paso, no suele ser un efecto secundario grave. De hecho, el peor efecto que suele resultar de un nivel elevado de cándidas es la irritación de una parte del revestimiento del intestino o del colon, lo que provoca callosidades que pueden entorpecer levemente la absorción de los alimentos. En casi todos los casos, ese suele ser el problema más grave de la candidiasis (véase el capítulo 9). Además, el bicarbonato sódico no es eficaz contra la cándida. En términos más generales, el bicarbonato sódico no ayuda en nada a la salud gastrointestinal. Por el contrario, es abrasivo y puede provocar un desequilibrio en el organismo. Cuando se toma en grandes dosis, pueden suceder uno o varios de los siguientes problemas: Espasmos gástricos, es decir, retortijones y tensión del tracto intestinal y del colon. Crisis homeostática en el organismo, que tiene que esforzarse mucho para reestablecer su equilibrio cuando se le echa de golpe una sustancia tan alcalina. Crisis tóxica del organismo, porque, aunque en pequeñas cantidades el bicarbonato sódico es totalmente seguro, a partir de una dosis determinada provoca efectos irritantes en el estómago y en el tracto intestinal. En algunos casos puede causar diarreas, vómitos, hinchazón grave y otros trastornos. Un empeoramiento de las infecciones bacterianas y fúngicas, porque el bicarbonato sódico perjudica a las bacterias beneficiosas del intestino y, con ello, debilita el sistema inmunitario. Un empeoramiento de los problemas digestivos, porque afecta al ácido clorhídrico y, con ello, favorece el síndrome del intestino poroso. También interfiere en la absorción de los alimentos en el intestino. El uso del bicarbonato sódico como «remedio» tiene muchas contraindicaciones. He visto a muchas personas a las que les ha provocado problemas.
Tierra de diatomeas
Otra tendencia que se ha puesto de moda últimamente es curar el tracto gastrointestinal consumiendo tierra de diatomeas, también conocida como diatomita. Se trata de una roca sedimentaria blanda que se deshace formando un polvo blanco muy fino. Algunas personas creen que la diatomita tiene capacidad para matar los parásitos y eliminar las toxinas del intestino. Sin embargo, lo cierto es que esta tierra no produce ningún efecto beneficioso en el tracto gastrointestinal. De hecho, puede llegar incluso a ser bastante peligrosa cuando tienes intolerancia a ella y tu salud no está en buenas condiciones. La diatomita se adhiere con fuerza a las paredes del tracto intestinal y del colon e interfiere gravemente en su capacidad para absorber los nutrientes de los alimentos. Además, perjudica al ácido clorhídrico y mata las bacterias beneficiosas. En algunos casos provoca, al principio, vómitos y diarreas, y a continuación, espasmos gástricos y dolor prolongado. En otras palabras, produce todos los efectos nocivos del bicarbonato sódico pero en mayor grado. Además, pueden pasar meses hasta que llega a desprenderse del todo del tracto intestinal. Por tanto, ni se te ocurra tomar diatomita ni alimentos obtenidos a partir de ella.
Limpieza de la vesícula biliar
Otra de las tendencias actuales es intentar eliminar cálculos y toxinas de la vesícula biliar tomando alguna pócima extraña como, por ejemplo, un vaso de aceite de oliva puro o mezclado con hierbas, zumo de limón, cayena o sirope de arce. La gente cree que estas pócimas aceitosas funcionan porque, un día después de haberlas tomado, observan la presencia en las heces de algo que parecen cálculos biliares. Lo que no comprenden es que, en realidad, lo que están viendo es el aceite que tomaron. Cuando introducimos una gran cantidad de aceite en el cuerpo, el aparato digestivo le añade moco para que se agregue formando pequeñas bolitas (en ocasiones de muchos colores, dependiendo de los alimentos que se encuentren en las distintas partes del tracto intestinal) y así pueda expulsarlo fácilmente. Es una forma de proteger al hígado contra la sobrecarga que supone la ingesta del aceite. He conocido gente que lleva años haciendo limpiezas de la vesícula, muchas veces al año, y que aun así siguen teniendo cientos y cientos de cálculos de gran tamaño. Si estos lavados funcionaran realmente, significaría que tendríamos que tener miles de cálculos en la vesícula, un órgano muy pequeño que cabe en la palma de la mano. Es humanamente imposible que una persona produzca o almacene tal cantidad de cálculos. Si consiguieras realmente lavar un cálculo, lo más probable sería que se quedara atascado en el conducto biliar. Y, en ese caso, tendrías que ir derecho al hospital para que te practicaran una operación de urgencia. Los cálculos biliares están compuestos de proteínas, bilis y colesterol. No hace falta tragarse medio litro de aceite de oliva —y posiblemente provocar una crisis— para purgarlos. La mejor forma de librarse de ellos es reducir el consumo de proteínas densas y llevar una dieta que incluya abundantes verduras y frutas ricas en sodio que contengan bioácidos saludables. Añadiendo más espinacas, col rizada, rábanos, hojas de mostaza, apio, limones, naranjas, pomelo y lima a las comidas —y bebiendo un vaso de agua de limón cada mañana y cada noche—, puedes empezar a disolverlos. Una opción segura y sorprendentemente eficaz para disolver los cálculos biliares y restaurar el hígado es licuar un puñado de espárragos frescos y crudos junto con cualquier otro ingrediente para zumos que te apetezca. La mejor forma de prevenir la formación de cálculos biliares es seguir los consejos de este capítulo para crear y mantener un tracto gastrointestinal sano.
Alimentos fermentados
Retrocedamos en el tiempo a la época anterior a la invención de los frigoríficos. En distintas partes del mundo, y durante milenios, cuando se recogía la última cosecha de la temporada se guardaban las frutas y verduras en recipientes, lo que permitía a las gentes sobrevivir otro invierno más. Estas cosechas sufrían un misterioso proceso que impedía la descomposición total y que, en cambio, conservaba los alimentos. En Rusia, por ejemplo, echaban los repollos en tinajas y dejaban que se disolvieran hasta que estaban prácticamente hechos puré, lo que hoy en día conocemos como chucrut. Esta fermentación era fundamental, porque, sin ella, la gente se hubiera muerto de hambre. Nadie tenía un supermercado al que acercarse al volver a casa del trabajo ni un congelador o frigorífico en el que conservar los alimentos. Hoy en día, los alimentos fermentados han adquirido un estatus de veneración; se consideran como una bendición para la salud. Y esto no es del todo correcto. Erróneamente se cree que, como han ayudado a la humanidad durante miles de años, tienen que resultar beneficiosos para la salud. Lo cierto es que su auténtico propósito era el de la supervivencia. Un alimento que se pudiera conservar suponía la diferencia entre vivir y morir de hambre. Es preferible considerar estos comestibles como un recurso importante en la historia de la humanidad y no como una ayuda para la salud. Lo que se conoce como probióticos de los alimentos fermentados no favorece la vida. Las bacterias que contienen viven a costa del proceso de putrefacción; dicho de otro modo, prosperan gracias a la muerte, no gracias a la vida. Cuando un animal muere en el bosque, las bacterias que empiezan a devorar su carne pertenecen a la misma categoría que las que se utilizan para conservar los alimentos fermentados de todo tipo. Pertenecen a una categoría de bacterias distinta a la de las beneficiosas que hemos analizado anteriormente en este mismo capítulo. Los microorganismos elevados de las frutas y verduras vivas se alimentan de la vida y, por tanto, tienen un efecto restaurador sobre el tracto gastrointestinal, porque nosotros estamos vivos. Tienen una fuerza de vida de la que carecen las bacterias de los alimentos fermentados. Cuando pensamos en bacterias beneficiosas, solemos acordarnos del yogur. Se nos ha condicionado para que creamos que los probióticos del yogur favorecen la salud gastrointestinal. Sin embargo, si tienes algún problema de salud, el yogur no es un alimento positivo; los productos lácteos alimentan todo tipo de enfermedades. Además, si es yogur pasteurizado, el proceso de pasteurización ya habrá matado los probióticos, de todas formas. Las bacterias beneficiosas que sí viven en el yogur crudo y vivo no son capaces de sobrevivir al ácido clorhídrico y mueren en el estómago, con lo que jamás alcanzan el tracto intestinal. La gran mayoría de los alimentos fermentados —kimchi, chucrut, salami, pepperoni, salsa de soja, kombucha, etc.— crían bacterias en alimentos que ya no están vivos. Este tipo de bacterias no tiene ninguna utilidad para el tracto gastrointestinal. A la mayoría de la gente, estas bacterias no les causan ningún daño; se limitan a atravesar el tracto digestivo y son rápidamente eliminadas por el cuerpo, que las ve como algo innecesario. No me opongo a que se consuman. Sin embargo, hay determinadas personas cuyos organismos responden peor ante ellas, porque consideran que son unos intrusos invasores a los que hay que combatir y eliminar. Esto puede provocar hinchazón, dolor de estómago, gases, náuseas o diarrea. De todas formas, incluso en el caso de que eso ocurra, se trata de una situación temporal que acaba en el momento en que las bacterias han sido expulsadas del cuerpo. Por tanto, si te gustan los alimentos fermentados, puedes seguir tomándolos y disfrutando de su sabor único. Y si este tipo de alimentos te revuelve el estómago, o si sencillamente no te gustan, no los tomes. No aportan demasiados beneficios para la salud gastrointestinal. Y si crees que sí aportan grandes beneficios, estás equivocado. El ácido clorhídrico del estómago es extremadamente sensible a los alimentos fermentados y mata las bacterias improductivas aunque sean inocuas; las considera enemigas. Esto supone un contraste muy marcado con el efecto de las bacterias vivificantes de los alimentos vivos recién recolectados. Las bacterias beneficiosas presentes en un trozo de col recogido directamente del huerto son prácticamente indestructibles por el ácido clorhídrico..., así que es en ellas donde debes centrar tu atención si lo que pretendes es favorecer realmente tu salud gastrointestinal. Vinagre de sidra Si estás preocupado por cualquier tipo de problema del tracto gastrointestinal y estás buscando una cura que lo solucione, no caigas en el mito del vinagre de sidra. No me malinterpretes. El vinagre de sidra es, con mucho, el más beneficioso, saludable y seguro de todos los vinagres. Es mucho mejor que el vinagre de limpieza, el de vino blanco o tinto, el balsámico, el de arroz..., y es ideal para uso externo, para tratar erupciones cutáneas, problemas del cuero cabelludo e incluso heridas. Pero cualquier vinagre ingerido puede producir efectos irritantes en cualquier dolencia gastrointestinal y, en último término, resultará perjudicial. Si no puedes evitar tomar vinagre, utiliza uno de sidra de calidad, a ser posible con «madre», porque eso significa que es un vinagre vivo y sin procesar.
CASO REAL
Y pudo volver a comer
Desde la adolescencia, Jennifer había tenido un estómago muy sensible. Sufría frecuentes dolores acompañados de vez en cuando por estreñimiento y diarrea. Era incapaz de prever cómo iba a reaccionar su estómago ante lo que comía. Durante su etapa de crecimiento, su impredecible pérdida de apetito fue una causa frecuente de fricciones durante las comidas familiares. Pasó años acudiendo a distintos médicos. Uno le dijo que lo que le sucedía era que quería llamar la atención, cuando, en realidad, lo último que Jennifer deseaba era ser el centro de atención. Lo que realmente anhelaba era no tener dolores y molestias para así poder centrarse en las cosas que le gustaban, como ser voluntaria en el servicio local de rescate de animales. Cuando tenía veinticinco años, un gastroenterólogo le diagnosticó síndrome del colon irritable. Aunque el especialista no se lo dijera, lo único que indicaba este nombre era que Jennifer padecía una enfermedad misteriosa. El hecho de que sus síntomas tuvieran un nombre le resultó consolador, pero no le aportó ningún alivio. Entonces recurrió a la medicina alternativa. Encontró a un gran terapeuta que observó que era alérgica al gluten y a los productos lácteos, como la leche y el queso. Este terapeuta le recomendó que eliminara esos alimentos de la dieta y que tomara muchos probióticos. Sin embargo, también llegó a la conclusión de que debía tener candidiasis y le aconsejó que evitara todos los azúcares, tanto procesados como naturales, lo que incluía la fruta. Durante seis meses, Jennifer probó el régimen que le había indicado el médico: pollo dos veces al día, montones de verduras frescas y ensaladas con atún o huevos duros. Siguió las recomendaciones alimentarias al pie de la letra..., aunque, aproximadamente una vez al mes, sucumbía al deseo de tomar algo dulce y comía un trozo de tarta en casa de su abuela. Notó una cierta mejoría; al menos, ya no tenía diarreas. Sin embargo, seguía sufriendo brotes de estreñimiento, retortijones estomacales, hinchazón y dolores. Llena de frustración, decidió buscar otro médico alternativo. Este le dijo que no solo tenía alergia al trigo y a los lácteos y un problema de cándidas, sino que estaba seguro de que padecía un síndrome del intestino poroso. Le puso una dieta solo a base de carne, pollo, huevos, pescado y verduras de hoja verde..., es decir, prácticamente todo proteínas. No podía tomar cereales ni legumbres de ningún tipo, y nada de verduras feculentas, aunque de vez en cuando podía comerse una manzana Granny Smith. Para tratar la excesiva proliferación de cándidas y el intestino poroso, le prescribió un producto herbal para depurar el intestino. Durante ocho meses, Jennifer siguió el tratamiento pero no obtuvo ningún resultado positivo. Muy al contrario, ahora se encontraba fatigada, con la mente embotada y más estreñida, y tenía el abdomen tan hinchado que daba la sensación de estar embarazada. Se sentía poco atractiva y le costaba muchísimo encontrar un lugar en el que poder comer con su mejor amiga, que era vegetariana. Tras una década de sufrimiento a causa de sus problemas digestivos, Jennifer decidió que estar sola y sufrir era lo que le había tocado en suerte en esta vida. Un día, la madre de Jennifer comentó los problemas de su hija con una amiga y esta le aconsejó que consultara conmigo. En la lectura inicial, el Espíritu me dijo que a Jennifer prácticamente no le quedaba ácido clorhídrico en el estómago y que eso le estaba provocando permeabilidad al amoniaco. Las proteínas que se pudrían en su tracto intestinal estaban generando gas amoniacal, que era el causante de la inflamación, el dolor y la hinchazón abdominal que le hacía parecer embarazada. Jennifer tenía también metales pesados en el tracto intestinal y los microorganismos fundamentales para la salud del intestino delgado, incluido el íleon, habían desaparecido. Era cierto que Jennifer era alérgica al trigo y a todos los demás cereales, y al gluten, así como a las legumbres, al maíz, al aceite de colza y a los huevos, por lo que debía evitar su consumo. También había empezado a desarrollar alergia a las proteínas de origen animal, porque su intestino no conseguía descomponerlas y digerirlas. Es más, tenía el hígado perezoso y sobrecargado de grasas animales. Directamente le aconsejé que empezara a beber dos vasos de 470 mililitros de zumo de apio fresco y solo al día. —El último médico al que acudí me dijo que tomara un zumo verde variado —me respondió—. ¿Cuál es la diferencia? Le expliqué que los zumos variados no recuperan los niveles de ácido clorhídrico. Eso solo lo consigue el zumo de apio solo tomado con el estómago vacío. Para que dejara de forzar el hígado con tanta grasa, disminuimos la ingesta de proteínas animales a una ración cada dos días y las sustituimos por todo tipo de verduras y frutas, especialmente aguacates, plátanos, manzanas, todo tipo de bayas, papayas, mangos, kiwis, montones de lechuga Batavia y espinacas, así como un cuarto de taza de cilantro fresco en cada ensalada para depurar los metales pesados. En contraste con la última dieta que había seguido Jennifer, casi totalmente a base de proteínas animales y prácticamente nada de fibra, las frutas del nuevo plan le ayudaban a empujar los alimentos por el tracto intestinal inflamado, lo que supuso un alivio inmediato para el estreñimiento. Al cabo de una semana, la hinchazón abdominal había disminuido notablemente. Al cabo de un mes, ya no estaba estreñida. Al cabo de tres meses, el dolor, los espasmos, la nebulosa mental y la fatiga habían desaparecido. El nivel de ácido clorhídrico se había recuperado y la permeabilidad al amoniaco se había detenido. El hígado de Jennifer estaba en condiciones de procesar las grasas y de almacenar los azúcares correctamente, lo que le permitió perder los kilos de más que había ido acumulando a lo largo de los años. Pasó el verano tomando col y tomates frescos, ecológicos y sin lavar procedentes del huerto de su abuela. Los microorganismos elevados presentes en la superficie de estas verduras repoblaron la flora intestinal, especialmente la del íleon, y permitieron a su cuerpo volver a producir vitamina B12. En otoño, Jennifer empezó a trabajar a jornada completa en el albergue para animales. Retomó su relación con su mejor amiga y ahora dedica las noches de los viernes a preparar comidas a base de vegetales para un creciente grupo de colegas del albergue. Jennifer ha recuperado la vitalidad. Ahora ya puede tomar de vez en cuando algún que otro alimento «prohibido» en alguna fiesta o en casa de un amigo y su cuerpo no se resiente. Jamás tuvo ningún síndrome del intestino poroso ni una proliferación excesiva de cándida, dos diagnósticos alternativos de moda que conducen a muchísimas personas por el camino equivocado.
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Fuente: "Medico Medium" - Anthony Williams
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