La rueda de la vida es el legado espiritual de esta extraordinaria mujer que, al reconciliarnos con la muerte, nos enseñó a amar la vida.
Elisabeth Kübler-Ross supo desde muy joven que su misión era aliviar el sufrimiento humano, y ese compromiso la llevó al cuidado de enfermos terminales.
Mucho fue lo que aprendió de esta experiencia: vio que los niños dejaban este mundo confiados y serenos; observó que algunos adultos partían sintiéndose liberados, mientras que otros se aferraban a la vida porque aún les quedaba una tarea que concluir. Pero todos hallaban consuelo en la expresión de sus sentimientos y en el amor incondicional de quien les prestaba oído.
A Elisabeth no le quedaron dudas: morir es tan natural como nacer y crecer, pero el materialismo de nuestra cultura ha convertido este último acto de desarrollo en algo aterrador.
Elisabeth Kübler-Ross fue médico psiquiatra de gran prestigio mundial. La publicación de su obra La muerte un amanecer la dio a conocer a millones de lectores.
«Haced lo que de verdad os importa... sólo así podréis bendecir la vida cuando la muerte esté cerca.»
Extraordinaria autobiografía. Elizabeth Kübler-Ross, nacida en Suiza en 1924, fue una mujer fuera de serie en muchos sentidos. Nacida como primera trilliza con solamente 900 gramos, siempre tuvo un carácter fuerte y emprendedor. Se enfrentó de adolescente a su padre, que la había destinado a ser su secretaria en la empresa que dirigía. Se enfrentó al profesor de religión en la escuela, hombre de malhumor constante y que presentaba a un Dios castigador y cruel. Recién terminada la guerra y con apenas 19 años, viajó a Polonia para ayudar en campamentos de niños sin padres y conoció el campo de concentración de Maidanek, donde le asombraron la multitud de mariposas que grabaron los condenados a muerte antes de ir a las cámaras de gas, como símbolo de que rompían el capullo y volaban a una vida nueva.
No voy a relatar su vida, que es apasionante. En ella siempre domina el sentido de no obedecer a las normas cuando el sentido común o el bien de los demás
quedan perjudicados. Se hizo médico y luego psiquiatra. En los hospitales en los que trabajó, no fue una doctora más en su relación con los enfermos. Al contrario de la rápida visita médica que se acostumbraba, se sentaba a escucharlos, a que le contaran lo que quisieran de su vida y de cómo se sentían tan enfermos, y muchos mejoraron. Luego se dedicó a los moribundos y ahí es donde están sus principales aportes que luego ella condensó en un libro, On death and dying.Un tema especialmente interesante es el de la vida después de la muerte. A ese tema le llevó el conjunto de confidencias que tuvo con moribundos y, aunque no fue una mujer muy creyente, fue afirmándose poco a poco en el convencimiento de que sí hay vida después de la muerte. Ella y un pastor especialmente religioso y sensible hicieron veinte mil entrevistas a gente de todas las edades, etnias y religiones (o son religión).
El capítulo 29 da un giro inesperado a la autobiografía. En él describe Elizabeth su implicación progresiva en sesiones con médiums y espíritus en los que desconfía al comienzo, pero en los que cree después. Participa en sesiones donde se le muestran personas fantasmales, en los que no cree al principio, pero que después confirma que son seres vivos de otro mundo. Eso le va llevando a separarse de la familia que había formado: de su marido Manny y de los dos hijos Kenneth y Barbara, ya adolescentes. Va experimentando su propia energía y la de la naturaleza, sale de sí misma, pasa por el sufrimiento de los agonizantes que acompaňó muchas veces, llega a ver la luz terminal y un estado de éxtasis superior a todo lo imaginable. Funda en California un centro que tiene como finalidad “promocionar la curación psíquica, física y espiritual de niños y adultos mediante la práctica del amor incondicional”.
Luego sufre varios peligros de muerte: la picadura de una araňa viuda, la pérdida de los frenos del carro y, sobre todo, el incendio provocado que destruye su casa y todos los recuerdos que había acumulado. Ya tiene 55 aňos y piensa que ella misma está próxima a la muerte.
Cuando todavía no se conocía bien el sida, se decide a atender a muchos enfermos a pesar del rechazo inicial y del miedo al supuesto contagio. Pensaba en cómo Jesús atendió a los leprosos y a las prostitutas. La epidemia del sida le exige compasión y amor, y ella los da. Quiere fundar en un condado de Virginia un hogar para niños pequeňos con sida, pero se lo impiden los habitantes del condado.
Viajó por Estados Unidos y muchos países dando cientos de conferencias y asistiendo a seminarios sobre los temas que fueron su vida: la muerte, saber morir, el más allá, tratamiento a los enfermos terminales, el sida, etc. Una de las grandes lecciones que nos dejó Elizabeth Kübler-Ross fue esta frase que escribió en su diario: “En el interior de cada uno de nosotros hay una capacidad inimaginable para la bondad, para dar sin buscar recompensa, para escuchar sin hacer juicios, para amar sin condiciones.”
En la década de los 90 sufrió varias embolias que la pusieron en una situación de dependencia dolorosa, ella que había sido toda su vida tan independiente. Por eso escribe: “En enero de 1997, cuando escribo este libro, puedo decir sinceramente que estoy deseando pasar al otro lado. Estoy muy débil, tengo constantes dolores, y dependo totalmente de otras personas. Según mi Conciencia Cósmica, sé que si dejara de sentirme amargada, furiosa y resentida por mi estado y dijera «sí» a este «final de mi vida», podría despegar, vivir en un lugar mejor y llevar una vida mejor. Pero, puesto que soy muy tozuda y desafiante, tengo que aprender mis últimas lecciones del modo difícil. Igual que todos los demás.”
Contempla con serenidad su propia muerte:
“Cuando hemos aprobado los exámenes de lo que vinimos a aprender a laTierra, se nos permite graduarnos. Se nos permite desprendernos del cuerpo, que aprisiona nuestra alma como el capullo envuelve a la futura mariposa, y cuando llega el momento oportuno podemos abandonarlo. Entonces estaremos libres de dolores, de temores y de preocupaciones, tan libres como una hermosa mariposa, que vuelve a su casa, a Dios, que es un lugar donde jamás estamos solos, donde continuamos creciendo espiritualmente, cantando y bailando, donde estamos con nuestros seres queridos y rodeados por un amor que es imposible imaginar.”
Y da una lección de cómo vivir que ojalá fuera escuchada por muchos:
“Cuando estoy en la transición de este mundo al otro, sé que el cielo o el infierno están determinados por la forma como vivimos la vida en el presente. La única finalidad de la vida es crecer. La lección última es aprender a amar y a ser amados incondicionalmente. En la Tierra hay millones de personas que se están muriendo de hambre; hay millones de personas que no tienen un techo para cobijarse; hay millones de enfermos de sida; hay millones de personas que sufren maltratos y abusos; hay millones que padecen discapacidades. Cada día hay una persona más que clama pidiendo comprensión y compasión. Escuche esas llamadas, óigalas como si fueran una hermosa música. Le aseguro que las mayores satisfacciones en la vida provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas. La mayor felicidad consiste en ayudar a los demás. Realmente creo que mi verdad es una verdad universal que está por encima de cualquier religión, situación económica, raza o color, y que la compartimos todos en la experiencia normal de la vida.”
En su libro Elisabeth nos escribe que tengamos en cuenta esta oración de la serenidad:
"Dios concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar,
el valor para cambiar las cosas que puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia."
Más información puedes encontrar en http://www.empresas.mundo-r.com/NachoFragueiro/ELISABETH%20KuBLER.htm
Fuente Bilioteca Las Casas
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