La ingesta voraz o el atracón pueden tener causas psicológicas.
Por no haber podido superar un episodio traumático de nuestra vida
(muerte cercana o pérdida sentimental), o por tratar de controlar
nuestra ansiedad mediante la ingesta desmesurada de comida. Al primero
de los casos se le denomina clínicamente Obesidad Psicógena Reactiva y al segundo Obesidad Psicógena de Desarrollo.
En ambos supuestos, tal como aclara Pilar Conde, psicóloga de Clínicas
Origen, el aumento de peso se debe a un desfase entre las calorías que
comemos y las que quemamos, pero aclara que en este diagnóstico el
origen y el mantenimiento, en la mayoría de los casos, es psicológico y
emocional.
Comemos para tranquilizarnos, porque las sensaciones que nos produce el acto de alimentarnos son placenteras. De esta manera, como explica la experta, resulta fácil caer en la trampa de asociar la comida con una reducción del malestar. Comer algo que nos gusta nos aporta un refuerzo y, además, de manera inmediata. "Si la persona llega a percibir esto, y lo asocia, puede empezar de manera progresiva a realizar mayor ingesta alimentaria. Una vez iniciado el proceso, es difícil romper el círculo vicioso. Comemos por estrés y engordamos. Al vernos mal, perdemos nuestra autoestima, nos sentimos mal, y comemos", argumenta.
Esta realidad implica, según Pilar Conde, dificultades en nuestra vida. Así, puede propiciar problemas de baja autoestima, limitación de la vida social y ansiedad. Esto puede ser un factor que limite nuestra calidad de vida y desarrollo personal e incluso laboral. "Estamos, sin querer, ayudando a que nuestro cuerpo se mantenga en ese peso que no es saludable para nosotros, lo que a su vez interfiere con nuestras posibilidades de desarrollo personal", comenta.
Cuando el "hambre emocional" es excesiva puede aparecer el "trastorno por atracón", que, según la Asociación Psiquiátrica Americana, declara