En tu cuerpo se reflejan las emociones que sientes:
puede verse si estás triste, alegre o si estás pasando por un buen
momento. Y al revés: tus emociones pueden reflejar la postura que
adquieres conscientemente.
Pero no solo eso. En tu cuerpo también se reflejan las emociones que sientes, puede verse si estás triste, alegre o si estás pasando por un buen momento. Todo se refleja en él.
Los buenos actores saben cómo funciona esto y a través de sus cambios posturales y de su plasticidad corporal conectan con esas emociones para que haya una congruencia entre lo que dicen y lo que el cuerpo expresa, para que su representación sea creíble. Por eso, cuando son buenos decimos que lo que vemos nos emociona.
Cuando expresamos emociones podemos comprobar que el cuerpo actúa en función de esa emoción expresada. Por ejemplo, el llanto encoge, te cierra, repliega, la espalda se curva…
La postura corporal refleja tu actitud vital
Cuando la alegría se expresa, el gesto se amplía, la cabeza se endereza, los brazos tienden a abrirse como si quisieran abarcar más espacio vital, y verdaderamente nos sentimos más vitales, más joviales, queremos compartir, somos más sociables.
La emoción se inicia en el cuerpo como parte de una respuesta fisiológica ante una situación o estímulo interno o externo. Cada emoción determina unas acciones musculares que pueden generar un desequilibrio y modificar la postura en una dirección.
Otros músculos son capaces de parar este desequilibrio y recuperar el orden. Podemos expresarnos pasando de una actitud a otra siempre que nos adaptemos a las circunstancias.
Las emosiones negativas crean tensiones
Sin embargo, cuando una emoción se instala en el tiempo, el desequilibrio muscular también se establece de forma permanente. Progresivamente, se va formando una tensión muscular que atrapa al cuerpo en una tipología postural determinada y le resta capacidad de adaptación a las circunstancias.
Esto puede provocar, por ejemplo, la aparición de dolores. De ahí la importancia de